EL MAR INICIA AQUÍ.
Existen veranos que saben a sal, en los que puedes imaginar el olor del bronceador y la piel niquelada. El sol en la cara. El rumor y el crujir de los granos entre los dientes, la sonrisa de cristal miniatura, el dibujo efímero, que una y otra vez se deslava. Mirar de cerca el horizonte. Ese límite fantasma entre lo que tocamos y lo que no, que se escapa entre los dedos, como arena, como memoria. El mar inicia aquí, en la punta de tu lengua.
Abrimos y entramos a 15 metros de arena, miramos el despertar repentino de un sol que lo muestra todo, la decadencia del verano. Ya no hay risas, solo superficies olvidadas. Esto es lo que hace Edith Reyes: aquello que dejamos ir, ella lo atrapa con la mirada. Su respuesta ante la imposibilidad de asirlo todo, es lanzar luz sobre estos abrazos de algas y plástico.
Visibilizando lo velado, desenredando lo abrazado, nos dejamos llevar por esta simbiosis: huella y viento, sal y piel. Navegamos en este espacio, donde nuestros ojos color blanco espuma tocan estas imágenes. Es quizás la ceguera de todo aquello que no queremos ver, la conciencia es una muralla. Estamos, pues, ante una deconstrucción del paisaje intervenido: la basura de todo aquello que consumimos –incluso nosotros mismos- ha regresado, por fin, a nuestras manos. Y nos hace mirarla. Y nos gusta.
Porque lo que propone Edith es acaso una respuesta a la invasión: ella caminando entre los senderos de la bahía de Kino, rescatando lo que se desprende de la presencia de otros, resignificando, codificando, embelleciendo estos objetos. Una metabiosis, usando los restos de lo otro como herramienta. Ahora son nidos, moléculas, arte povera, pareidolia, ahora estas imágenes sonríen y se desplazan, se ponen en movimiento, nos llevan a otros lugares. Un lugar donde ya no hay veranos que saben a sal.
Si lo pensamos, no hay mejor paisaje intervenido que el que se genera por nuestra propia existencia. Queremos ser raíz, pero hoy somos deriva: Sonrisas en polvo, envuelta en un empaque de carne y aluminio.
Somos el residuo de todo aquello que tocamos.
Texto de sala escrito para la exposición "15 metros de arena", de Edith Reyes Freaner (Sonora, México). Noviembre 2019.