rugidos de sal.

A veces las palabras se forman en el mar.

Entonces, las noches pesan tanto como el silencio y el silencio se esconde debajo de nubes que mastican. Son dientes de vapor.  El agua te toma. La lluvia sabe a saliva. Son tus vacaciones de ensueño y ahora quieres que tu cabello sea una veleta, tu cabeza proa tus pies popa. Lengua de fibra de vidrio, para estar todos en silencio. Que tu hija trace el horizonte en el aire, con un dedo. Trenzar las manos y navegar.

Ya es de día. La piel espesa como mercurio. Contarás el cuento con máquinas de pasado porvenir. Bajo el ala. Ese cuento que el rugido de sal no dejaba escuchar. El cuento de la estrella. El cuento del elefante fotógrafo que se mandó a hacer una cámara especial. Pero el aire tenía una historia propia que contar, todo se lo llevaba entre los pies. No puedes comprar la felicidad pero puedes comprar el vino que es casi lo mismo, dice el triste letrero tirado en la arena, mientras las paredes enamoradas, se mandan besos, se abrazan.

¿Escuchas la sal y los parpadeos?  Ella te presta sus ojos. Imágenes de cicatrices de viento, de todas las palabras clavadas en la arena, son los Rugidos de Sal. Y también quieren hablar contigo, decirte cuatro verdades: la piel es líquida, tan segura como en casa, la tierra tiene sed y tu luz es la mejor luz. Puedes mirar las fotografías y escuchar estas frases. Sentirlas en los pies descalzos, como quien juguetea en la arena.

Ya es de día. Cierras el paraguas gris roto de tus brazos. El nombre de ese huracán se reseca en los labios de toda la costa. Palabras, siempre palabras. A veces se forman en el mar, ¿ya te dije? Consonantes como rocas. Las grietas en la piel trazan una E de elefante craquelado. E de entropía. E de Earl.

Le preguntas si quiere salir. Abres la puerta. Con sus ojos de relámpago mira la devastación hecha paisaje. Solo dice:

-“Qué desastre”.

 

Texto de sala escrito para la exposición "Rugidos de Sal", de Ana Sofía Hernández. Diciembre 2017.